Pegada a aquella ventana cerrada y con mi gran taza de café con leche en la mano buscaba alguna respuesta. Últimamente buscaba respuestas a todo. ¿Por qué sí? ¿Por qué no? ¿Por qué ha cambiado esto de repente? ¿Por qué esto otro permanece inamovible?. Estaba confusa. Sabía que quería mejorar, como profesional, como persona, como pareja o como futura madre. Pero no sabía por dónde empezar. Quizá esto fuera esa “crisis” de las décadas que cada uno cumple y tal vez como mi fecha estaba próxima, hacía ligero balance de lo conseguido y de lo no encontrado.
Afortunadamente empezó a brillar el sol entre aquélla maraña de nubes que parecía iban a nublarnos el verano por toda una vida. Empezó a brillar la cristalera de enfrente y empezaron a verse el verde de las hojas de los árboles, el brillo de los coches tras una noche de lluvia. Iba apareciendo la gente andando por la acera con sus paraguas cerrados.
Abrí la ventana para que aquella luz cálida entrara por toda la casa. Se echaba de menos tras tantos días sin ella. Dejé mi taza vacía de café con leche y entonces decidí que lo mejor era darme una ducha y bajar a la calle en busca de un paseo que me acompañara. Tal vez tantos días sin sol nublaban también mis pensamientos. Tal vez encontrara una nueva oportunidad profesional donde me sintiera mejor, mientras tanto, tenía algo. Intentaba ser mejor persona cada día y quizá en algún momento del día consiguiera hacer algo bueno por alguien y me hiciera sentir bien. Tal vez el día de mañana o más próximo fuera una madre capaz de afrontar todas las dificultades y sólo tal vez consiguiera crecer. Sólo sé que únicamente yo debo trabajarlo y conseguirlo. Estaba segura de ello. Era cuestión de esperar que el tiempo empezara a cambiar para guardar mi paraguas.