Enfundada en aquél vestido rojo que compré en Mango en la anterior temporada y unos zapatos peep toe negros me presenté en la cena. Llevaba el pelo suelto y algo alborotado (intencionadamente) para cambiar el estilo rutinario de coleta y vaqueros y más maquillada de lo habitual.
Hacía ya un año que por cuestiones económicas no se celebraba cena de empresa.
Llegué un poco retrasada porque me costó aparcar y además iba sola. Menos mal que conocía el restaurante, sino estaba perdida. El compañero con quien iba habitualmente no pudo ir y me avisó a última hora. Ni corta ni perezosa decidí ir sola.
En el trayecto de camino al restaurante me convencía de lo estupenda que estaba con aquél vestido, era sencillo y perfecto. Cuello redondo, manga corta y cinturón que marcaba mi figura. Los zapatos eran espectaculares, con tacón altísimo y fino. Unas medias caladas y un abrigo negro completaban mi atuendo. Con la seguridad de estar divina entré al restaurante. Fue una entrada triunfal. Estaba ya la mayoría de gente sentada, miré rápidamente las mesas para ver si alguien se dignaba a hacerme una señal para indicarme sitio vacío ya que mi miopía no me permitía distinguir mucho pero así de pronto no pasaba nada. Para mí pasó una eternidad hasta que oí que me llamaban. Me giré y vi a un compañero de oficinas que hacía señas. Menos mal. Fue entonces cuando empecé a notar las miradas clavadas en mí que seguían mi recorrido. Llegué a mi asiento y me quité el abrigo. Con una sonrisa amplia agradecí el gentil gesto de aquél compañero informático. Entonces me sentí segura. Mi espectacular vestido dejó obnubilados a la mayoría de comensales que quedaron con cara de sorpresa al verme. No era para menos, aquél color rojo sangre lo iluminaba todo. Al sentarme eché una rápida mirada alrededor y vi a mi compañera de despacho mirándome fijamente. Y después vi a otras dos cómo comentaban sobre mí, los cuchicheos eran varios. Hasta los chicos me miraban directamente y me saludaban con una sonrisa.
Transcurrió la noche excepcionalmente perfecta. Me senté en la mesa apropiada, gente con buen humor. Me reí mucho y más.
Una vez terminada aquélla cena y hecho el brindis la gente empezó a moverse. El “dónde vamos” se oía por todos los rincones. Yo tenía ganas de ir a tomar algo y bailar hasta cualquier hora pero este año estaba totalmente sola. Con mis compañeras no iba a ir porque a parte de no tragarme esa noche les corroía la envidia. Lo captaba en sus miradas. Esas miradas directas que sabes que van a ser motivo de muchas conversaciones de cafés y cigarrillos por los rincones de la empresa. Y con los chicos yo sola tampoco iba a salir, porque aunque tenía unas ganas locas, parecería impropio el ir una sola chica con tanto hombre. Con esa situación me aproximaba hasta la puerta hablando con los pocos que aún me dirigían la palabra. Aún así, hubo mucha gente que se acercó a mí para ver bien mi modelito, bien disimuladamente o bien directamente, ellas y ellos fueron pasando a mi alrededor. Hasta los jefes me dedicaron unos instantes. Y yo me iba creciendo.
Fue entonces cuando él se dirigió a mí. Me halagó el look que llevaba aquella noche y me preguntó si iba con ellos. Entre risas y tonterías le planteé que quizá quedaba algo raro que fuese yo sola con todos ellos, lo que suponía que el resto de la empresa aún hablara más de mí si cabe y por supuesto también les incomodara a ellos en sus oportunidades amorosas que surgieran esa noche. Aún así insistió.
Y me dejé llevar.
Fuimos los dos coches hasta una zona cercana para aparcar mi coche e ir los dos juntos en el suyo. Teóricamente no era la mejor opción dado que él había bebido algo y yo tenía un recorrido algo largo para volver a casa pero no pude resistirme a tal oportunidad.
Debo reconocer que la situación me ponía algo nerviosa, se me secaba la boca, las manos las tenía frías y mi voz flaqueaba un poco. Una sonrisa tonta me acompañaba en todo intento de conversación. Tuvieron que pasar más minutos de los que me hubiese gustado para tranquilizarme. Creo que él sentía algo similar, no habíamos estado a solas nunca, aunque hubiese alguna que otra conversación privada aprovechando la entrada y salida del despacho de los demás compañeros. No sé de qué hablamos, sólo sé que llegamos al sitio. Estuvimos esperando un momento en al puerta hasta que sonó su móvil. El resto del grupo iba a retrasarse un poco porque se habían perdido. Decidimos entrar al local. Me tomó por la cintura y entramos. Estábamos solos. Pedimos algo para beber. Al tiempo llegó el resto de gente. Me sentía exultante. Todo el mundo tenía algo que decirme. Estaba feliz.
Y bebí y me dejé llevar. La música, las luces y él. Nuestras miradas se cruzaron en varias ocasiones y sonreíamos. Creo que fue unas de las noches más memorables de todas las que he tenido.